“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo."
“¡Oh, qué terrible lucha he mantenido contra el sueño últimamente; el sufrimiento de la falta de sueño o el sufrimiento del miedo a dormir, que tantos horrores desconocidos me trae! Qué afortunadas son algunas personas, en cuyas vidas no hay temores ni miedo, para quienes dormir es una bendición que llega cada noche y no trae consigo sino dulces sueños [...]" (Bram Stoker, 1897).
El estrés es una respuesta ventajosa en muchas ocasiones: nos proporciona el eretismo que necesitamos para estudiar o realizar un examen, para hacer una buena salida en una carrera popular, o para hablar o tocar un instrumento en público. En definitiva, nos ayuda a responder bajo presión, centrando la energía en lo importante. Para otros seres vivos, el estrés es incluso más útil puesto que puede suponer su supervivencia.
El estrés no goza de una fama prodigiosa en la actualidad. No son pocas las publicaciones y las terapias destinadas a lidiar con el estrés. De hecho, el estrés es a veces considerado como la enfermedad del siglo XXI. Nada más lejos de la realidad: el estrés es una respuesta perfectamente adaptativa que permite preparar el organismo para hacer frente a una amenaza
“Aprende a tocar la guitarra como Jimi Hendrix en 3 días”, “habla polaco como un nativo en tan solo una semana”, “pierde 20 kilos en dos días”. Estos sugerentes titulares no se corresponden con la realidad. Todos sabemos, pero a veces no recordamos, que la vida es muy diferente a lo que vemos en las películas. No existen recetas mágicas para aprender a tocar un instrumento, para hablar una lengua o para perder un cuarto del peso corporal en menos de una semana. Tampoco se es más inteligente escuchando la sonata K. 448 de Mozart. No obstante, hay que reconocer que resulta tentador. Por eso a veces silenciamos nuestro sentido común y permitimos que esos titulares funcionen.
Cuenta la leyenda que un pastor de la meseta etíope llamado Kaldi observó hace siglos que sus cabras, tras comer las bayas de cierto árbol, no conseguían dormir por la noche. Tras comunicarle su hallazgo al abad del monasterio local, éste último pudo constatar de primera mano un efecto similar. Esta leyenda constituye, según la sabiduría popular, uno de los primeros contactos del humano con el café (National Coffee Association, s. f.).